La muerte del Atila del Norte
Por Roberto Espinosa de los Monteros. Investigador del
INEHRM
Tras
el derrocamiento del régimen de Victoriano Huerta a mediados de 1914, varios
hombres que habían participado en su administración se exiliaron en Estados
Unidos. Félix Díaz residía en Boston; Francisco Carbajal y Querido Moheno se
encontraban en Nueva Orleans; el general José Refugio Velasco se hallaba en
Galveston, Texas, y José María Luján habitaba en El Paso.
En
noviembre el clan de exiliados creció con la presencia de los generales
orozquistas Marcelo Caraveo, Francisco del Toro y Emilio Campa, que llegaron a
Texas. Otro revolucionario fue José Inés Salazar, general que había sido
arrestado en Sanderson, Texas, por contrabando. Una vez absuelto, fue arrestado
nuevamente acusado de perjurio. A fines de noviembre de 1914 y antes de su
nuevo juicio, fue rescatado por dos enmascarados de su celda en Albuquerque,
Nuevo México. Estos hombres se pusieron en contacto con la junta
revolucionaria.
Pascual
Orozco coordinó y mantuvo contacto con los principales exiliados en varias
ciudades de Estados Unidos, en seguida, realizó el acopio de armas y municiones
sin despertar las sospechas de las autoridades norteamericanas. Una vez
planeado el movimiento, la autoridad recaería en Orozco, quien asumiría la
dirección de las fuerzas expedicionarias como comandante militar supremo.
Orozco visitó la ciudad de San Antonio, Texas; de allí partió a San Luis,
Missouri, y hacia diciembre de 1914 se dirigió a Nueva York, centro importante
de actividades anticonstitucionalistas, puesto que, según informes del
Departamento de Estado de los Estados Unidos en esa ciudad, se conspiraba para
derrocar a Venustiano Carranza. Tras reunirse con varios huertistas, partió
hacia Los Ángeles.
A
fines de 1914, se intensificó el reclutamiento de exiliados mexicanos a lo
largo de la frontera en Arizona, Nuevo México y Texas. En enero de 1915, Orozco
atravesó la línea fronteriza con el fin de reclutar gente y almacenar el
armamento que había adquirido. A mediados de febrero, los exiliados fundaron la
Asamblea Mexicana de Paz, en San Antonio, que tenía como fin una nueva
revolución con una poderosa fuerza militar que planteaba una reforma agraria
que dividiera las grandes propiedades de tierras y proponía el establecimiento
de instituciones crediticias para los campesinos.
Pero
al movimiento le faltaba un hombre que lo pudiera dirigir con éxito. A fines de
marzo de 1915, Enrique Creel visitó a Victoriano Huerta en Barcelona.
Convencido el general de que contaba con el apoyo de los alemanes para esta
empresa, viajó junto a Creel a fines de ese mes rumbo a Nueva York. En Estados
Unidos, Huerta inició pláticas con agentes del servicio secreto alemán y con
personal de la embajada germana sobre la necesidad de adquirir armas y dinero
para sostener la lucha.
El
acuerdo al que llegaron los conspiradores con los representantes del gobierno
alemán fue el financiamiento de ochocientos noventa y cinco mil dólares y el
apoyo a Victoriano Huerta en caso de que éste llegara a la presidencia de la
República. Todo estaba listo y parecía que el movimiento resultaría todo un
éxito, por lo que se fijó el 28 de junio de 1915 para que la nueva revolución
comenzara.
En
mayo, Orozco se entrevistó con Huerta en Nueva York para ultimar detalles. En
primer lugar, notificaría a todos los exiliados mexicanos residentes en Estados
Unidos. En segundo, Orozco regresó a El Paso para preparar la llegada de
Huerta. No obstante, los agentes del servicio secreto norteamericano vigilaban
cada paso del general Huerta. Al acercarse la fecha para la insurrección,
cundían los informes. Uno de ellos fue el del inspector de aduanas en El Paso,
Zachary Cobb, quien a mediados de mayo informó del reclutamiento de hombres y
de la munición adquirida, así como de las conferencias que sostuvo Orozco en
Nueva York.
Huerta
salió de Nueva York el 24 de julio y, aunque informó a los reporteros que se
dirigía a San Francisco, en verdad acordó reunirse con Orozco en Newman, Nuevo
México, ante el gran número de agentes federales que vigilaban El Paso. El tren
llegó en la mañana del 27 de junio, Huerta era esperado en la estación por el
mayor Luis Fuentes y Orozco. Antes de que pudieran tomar el vehículo que los
llevaría a cruzar la frontera, agentes del Departamento de Justicia y tropas
federales los aprehendieron y los llevaron a El Paso, acusados de violar las
leyes de neutralidad de los Estados Unidos.
El
alcalde de El Paso, Thomas Lee, pidió que fueran trasladados a la prisión de
Fort Bliss. Durante el traslado fueron vitoreados por una multitud de exiliados
mexicanos. En Fort Bliss, Huerta obtuvo su libertad mediante el pago de una
fianza de quince mil dólares; Orozco tuvo que pagar siete mil quinientos, no
obstante, se les mantuvo bajo arresto domiciliario y fuertemente vigilado. Pese
a estar vigilado por seis guardias, en la noche del 3 de julio Orozco escapó
por una ventana que daba a un lugar de pasto alto; después caminó una corta
distancia en donde lo esperaba un automóvil.
Ante
esta fuga, las autoridades norteamericanas volvieron a arrestar a Huerta y lo
trasladaron a San Antonio para llevarle a cabo un proceso. Latente estaba la
posibilidad de que Orozco continuara con los planes, e incluso se mencionaba
que se aliaría con Pancho Villa. No obstante, el arresto de Huerta atrasó los
planes y Orozco permaneció eludiendo a las autoridades tanto mexicanas como
norteamericanas durante varias semanas más.
La
mañana del 30 de agosto de 1915, Pascual Orozco y sus cuatro acompañantes,
Crisóforo Caballero, el general José Delgado, Andrés Sandoval y Miguel
Terrazas, llegaron a la propiedad de Dick Love, en las cercanías de Sierra
Blanca, Texas. La mayoría de los trabajadores y Love se encontraban ausentes,
situación que aprovechó Orozco para comer y pedir a un trabajador que herrara
los caballos. Al notar que Love se acercaba con sus hombres, los cinco
fugitivos huyeron, mientras que Love emprendía su persecución y un empleado
suyo daba aviso al alguacil.
Hacia
el mediodía, a Dick se le unieron fuerzas federales para continuar la asechanza
a pie en las montañas High Lonsome, en el condado de Culberson. Orozco los
había burlado y había acampado en el Cañón del Río Verde. Los agentes les
dieron alcance y desde las alturas los cazaron dándoles muerte; ningún policía
norteamericano resultó herido. La versión de este suceso dada por el
Departamento de Estado norteamericano y la prensa de aquel país distorsionaban
la realidad. Se dijo que Orozco había llegado a la propiedad de Love, atacado a
los trabajadores y robado caballos, y que el general chihuahuense había muerto
porque había atacado a los policías y que éstos actuaron en defensa propia.
Apunta
el historiador norteamericano Michael C. Meyer que “no es la única mancha en la
historia de la aplicación de las leyes de los Estados Unidos en el área de la
frontera: muchos mexicanos inocentes fueron perseguidos y ejecutados,
especialmente después que se supo la conspiración alemana”.
Los
cuerpos de los cinco fueron llevados a El Paso. El 3 de septiembre de 1915 se
efectuó su funeral ante tres mil mexicanos. El cuerpo de Orozco fue vestido con
su uniforme de general divisionario y su féretro, cubierto con la bandera
mexicana. Un pastor de la iglesia metodista condujo el rito religioso, y los de
los restantes cuatro por un sacerdote católico. A pesar de que Pancho Villa
ofreció a la viuda que los restos de Orozco podían reposar en cualquier parte
del territorio nacional, el Atila del Norte —como era llamado Orozco—, fue
enterrado en El Paso, Texas.